lunes, mayo 19, 2008

Cracker


Todo comenzó en octubre del 2007.
Estábamos cenando en el
Druk Hotel de Thimphu, Bhutan, después de una semana de trek estupenda hasta el campo base del Chomolhari (7.326 m).
Mientras el camarero nos preguntaba de dónde éramos, qué tal había sido nuestro día y qué nos parecía Bhutan, yo trataba de averiguar si era un intento de practicar inglés o la repetición de una cantinela de atención al cliente para la que le habían adiestrado.
Sus facciones parecían indias, como las de la multitud de obreros que trabajan en la construcción de carreteras en el reino del Dragón de Trueno. Pero, luego, al referirse a Bhutan como su país, me di cuenta de que pertenecía a la minoría de habitantes de etnia nepalí. Era novedoso para nosotros, porque la gran mayoría de la población es prima-hermana de los tibetanos en cuanto a rasgos y cultura.

You are very strong”, dijo, de pronto, mirándome fijamente.
Hombre, que se lo digan a Jorge, que va al gimnasio desde hace años, vale, pero... ¿a mí?
Nos empezamos a reír, con cierto nerviosismo, en mi caso, y con incredulidad, en el caso de Jorge y Jose, hasta que el camarero nos aclaró que yo le recordaba a un luchador de Pressing Catch que lleva un pañuelo rojo en la cabeza parecido al mío.
¡Ah!
Esa noche, martes, en un Om Bar casi desierto, nos acodamos a la barra con una cerveza y nos pusimos a ver la televisión. La programación era casi exclusivamente cricket y... ¡Pressing Catch!
Ninguno de los sujetos llevaba pañuelo, pero, con dos compañeros de viaje como los míos, el mal ya estaba hecho y, mi fama de luchador, lanzada irremisiblemente.
Unos días después, regresando del valle de Punakha hacia la capital, paramos en un pueblo a estirar las piernas. A la salida de un colegio, comenzamos a charlar con tres chavales de 8 años: uno, de ojos muy rasgados y sonrisa generosa, con pinta de ser más listo que el hambre; otro, moreno, con ojos grandes, entre indios y nepalíes, que no se quedaba atrás; y el tercero, de mirada pícara, que parecía el más simpático y travieso del grupo.
Tres niños encantadores que hablaban inglés por los codos, como todos los niños en Bhutan.
Nos estuvieron enseñando sus mochilas, sus cuadernos del colegio y sus estuches. Jorge y Jose se percataron de que llevaban pegatinas de luchadores de Pressing Catch, así que se apresuraron a decirles que yo también lo era.
Se les iluminó la cara.
De repente, sólo tenían ojos para mí, llenos de entusiasmo y admiración.
Y una inmensa y deliciosa curiosidad.
Les comenté que trabajaba en muchos países y que mis combates todavía no se emitían en la vecina India o en Bhutan porque una televisión americana tenía la exclusiva. También les dije que, efectivamente, era muy fuerte y, aunque solía ganar siempre, me apiadaba de mis adversarios y trataba de no hacerles demasiado daño…
Claro, también me preguntaron cuál era mi nombre.

A mi mente podrida acudió un sin fin de nombres, más propios de un actor porno consagrado que de un luchador.
No podía pronunciarlos delante de unos niños estupendos que ya se encargarían otras experiencias de estropear.
Así que Jorge vino en mi ayuda y, antes de sucediera una catástrofe, espetó: “¡Cracker!”
Así nació mi leyenda de luchador en Bhutan.

jueves, mayo 15, 2008

Once




Es lógico que Norbi la recomendara.
Once es una película donde la música está presente todo el tiempo.
La película es música.
Aunque también es cierto que la banda sonora sin las imágenes, sin la historia, constituye una experiencia incompleta.
Quedaba poca gente por embarcar y el avión se disponía a despegar rumbo a Sao Paulo, rumbo a mi Amor.
Rumbo a A.
Mi tarjeta de embarque rezaba [vuelo] IB 6827 [puerta] RSU [embarque] 23:30 [asiento] 34L.
Tenía preasignada la ventanilla, pero, al ir a sentarme, comprobé que un señor mayor ya la había ocupado. Así que me senté a su lado celebrando la posibilidad de estirar las piernas por el pasillo.
Me dio tiempo a descalzarme, a ojear unas cuantas páginas del periódico y a encajar en el bolsillo del asiento la guía de Japón que me había propuesto estudiar durante el viaje.
De pronto, otro pasajero se paró a mi lado y, muy amablemente, me hizo saber que yo ocupaba su asiento.
Vaya.
El señor mayor se debía de haber confundido de fila.
Sacamos las tarjetas de embarque y comprobamos, sorprendidos, que los dos teníamos asignado el mismo asiento. Así que le entregué las tarjetas a una azafata para que hiciera las comprobaciones oportunas.
Me comentó que era extraño, que el vuelo estaba lleno y que vería lo que se podía hacer.
Yo comencé a imaginarme las 10 horas de vuelo sentado con la tripulación...
O en el suelo.
Lo único que tenía claro es que no me iba a bajar de aquel avión por mucha confusión u overbooking que pudiera haber habido.
Estuvimos esperando un ratito los dos señores brasileños y yo, comentando, muy educadamente y en portuñol, lo curioso de la situación, hasta que una azafata distinta de la anterior se acercó, preguntó por el “Sr. Rejón” y me tendió una tarjeta de embarque con “mi nuevo asiento”: ¡2H!
Cogí mi mochila y mi chaqueta azul con las letras b, r, a, s, i, l bordadas, me despedí de mis compañeros y me dirigí exultante a la zona Business.
En los vuelos de Iberia que cruzan el charco, los asientos de la zona Business son enormes, se tumban casi como una cama, las azafatas son amabilísimas, te ponen una copita de vino antes de cenar, luego un mantelito y unos cubiertos de verdad, tienes una pantallita giratoria sólo para ti y un montón de películas de estreno donde elegir.
Yo me sentía un poco Alfredo Landa, con mi copa de vino dulce en una mano y mi segundo postre en otra.
Antes de dormir durante más de 6 horas seguidas, decidí ver aquella película que Norbi había recomendado y que había dejado un tanto indiferente a Feli.
Once.
Resultó que era una historia bonita, sencilla, no convencional. ¿De amor?
Dos personajes que se buscan, se equivocan, pero confían en lo que sienten y son auténticos.
Y sueñan.
Y la música de Glen Hansard, el actor protagonista, que está presente todo el tiempo y envuelve la historia.
Me encantó verla.
Es lógico que Norbi la recomendara.