lunes, junio 11, 2007

La Taberna de Antioquía

Es probable que entráramos sólo por el nombre tan sugerente que tiene: Antioquía.
En la wikipedia aparecen varios lugares con un nombre parecido: Antioquia y Antioquía. No recuerdo si vi la tilde escrita, pero sé que registré en mi mente el nombre que resonaba a historia antigua, a eco lejano del Imperio Romano…
Es una deformación que se adquiere cuando te bautizan con un nombre mitológico.
La Taberna
de Antioquía es en realidad un restaurante, y no está en lo que hoy es Turquía, sino en lo que lleva siendo desde hace tiempo Pedraza, Segovia.

Buscábamos un lugar para cenar.
No nos preocupaba tanto que fuese de comida tradicional, porque, al día siguiente, después de visitar las Hoces del río Duratón y llevar a A a la ermita de San Frutos, nos esperaba ese pedazo-de-cordero en El Zute Mayor, Sepúlveda. Un valor seguro. Un “clásico”, como diría Jorge. Así que la inmersión gastronómica y el sabor típicamente español estaban garantizados ese fin de semana.

Buscábamos un lugar para beber un buen vino.
Para charlar.
Para mirarnos a los ojos.
Para mirarnos a los ojos y decirnos muchas cosas.
O adivinarlas.

Tras aparcar el coche cerca del castillo y encaminarnos hacia nuestro hotel-con-encanto, reparamos en el restaurante. Después de instalarnos, fue uno de los sitios que nos recomendaron para cenar, insistiendo en que no se trataba de un lugar “típico”. Era lo que estábamos deseando escuchar y no prestamos demasiada atención al resto de alternativas. De hecho, ni siquiera entramos en ninguna de ellas, sino que volvimos mecánicamente sobre nuestros pasos.
En cuanto bajamos las escaleras de la Taberna de Antioquía y nos situamos bajo el altísimo techo de esta casona, no hizo falta que dijéramos nada. A y yo nos miramos sonriendo y nos concedimos un momento para contemplar el hermoso marco que iba a acoger nuestra primera velada fuera de Madrid.
Ahora me doy cuenta de que Antioquía también empieza por A…
El lugar es muy bonito. La comida es estupenda. La carta de vinos está sobrada, aunque los precios, también. Pero el toque definitivo, como casi siempre, lo puso la música: Chus, la propietaria, después de conocernos y reparar en la nacionalidad de A, decidió regalarnos la magia de Vinicius de Moraes.
Qué sabia elección.