viernes, febrero 01, 2008

Brasil



El 2007 ha sido mi año más viajero: Cuba en mayo; Bhutan y Tibet en octubre; y, para finalizar el año y acoger el que empieza, Brasil.
Viajar.
Es lo que más me gusta en el mundo.
Junto con hacer el amor, actuar y meditar.
No tengo claro en qué orden.
Siempre me pongo nervioso al hacer la maleta, desde que comienzo a prepararla unos días antes de partir, hasta el momento de subirme en el avión, pero me encanta el sabor del rumbo hacia algo nuevo, hacia algo por explorar.
En este viaje, sin embargo, los nervios eran distintos. Hacía cuatro meses que no la veía, casi tanto tiempo como el que habíamos estado juntos y nos habíamos amado, aquí en Madrid.
Y en Venecia, y en Pedraza, y en Trujillo, y en Salamanca
La distancia es un sonido en la mente que alimenta la incertidumbre.
El miedo también, a veces.
Así que preferí dar mi atención a la serena convicción de estar realizando un viaje fundamental, en un momento clave de mi vida.
A mis mejores amigos les conté que, en realidad, me habría ido al desierto de los Monegros con una tienda de campaña y una manta, y habría disfrutado de la nochevieja más bonita de mi vida, siempre que la pasáramos juntos.
Nos encontramos en el aeropuerto de Río de Janeiro.
Mientras esperaba que mis maletas se asomaran por la boca de la cinta transportadora, trataba de regularizar los latidos de mi corazón y hacerme cargo del lugar en el que estaba y por qué había venido.
De pronto, sonó mi teléfono móvil.
Entre risas nerviosas, compartimos nuestra emoción: “¡Mi Amor, me va a dar algo si no te veo en unos momentos!” “¡A mí también! ¡Mis maletas no salen!”
Crucé la aduana como una exhalación. La puerta de salida también. Cuando nuestros ojos se encontraron, me invadieron unas ganas de llorar y de saltar de alegría, al mismo tiempo.
Me eché a correr arrastrando mis bultos y no alcancé a rodear la cinta que delimita la zona de espera, sino que me abalancé sobre A, la abracé con todas mis fuerzas y comenzamos a besarnos con el ansia que el náufrago Pi Pattel habría mostrado al beber un vaso de agua dulce.
Los encuentros nunca son como te los habías imaginado.
Nada en la vida lo es, en realidad.
En mi caso, siempre son menos cinematográficos.
Pero nunca me defraudan.
¿Brasil? Ha sido nuestra luna de miel.

1 comentario:

Unknown dijo...

¡¿Qué más decirle?! TE AMO!! A.